Tuesday 18 October 2016

Sólo hay que abrir los ojos para ver y valorar a mexicanos notables: JKG

                                                                           


Lo dijo don Jorge Kahwagi en el inicio de la ceremonia, tras los entrañables apretujones sólo posibles en una reunión entre amigos:
“No se necesita ir a los libros de historia para encontrar mexicanos notables, están aquí: vivos, acompañándonos, produciendo, amando siempre, sólo hay que abrir los ojos para verlos y valorarlos”.
Y ahí estaban, en primera fila: el neurofisiólogo Pablo Rudomín, la arqueóloga Linda Rosa Manzanilla Naim y el rector Enrique Graue, en representación de la UNAM, palpitantes ya por los honores en la séptima entrega de los Premios Crónica.
Era un espacio convertido en fábrica de nostalgias, propicio no sólo para el guiño fraterno sino para la defensa del quehacer académico y científico, para el intercambio de ideas.
Tres de los cuatro galardonados… ¿Sólo tres? Concentrado en incluir el derecho al arte en los trabajos de la Asamblea Constituyente de la Ciudad de México, el flautista Horacio Franco llegó minutos después de la premiación protocolaria, subió al escenario y obsequió una despedida musical, con las notas de La Corrente de la Partita de Johann Sebastian Bach.
Y estalló el décimo aplauso de la mañana…
Fue una suma de gestos espontáneos en el auditorio Jaime Torres Bodet, donde unos tocaron la flauta y otros recordaron su infancia, donde unos aludieron Goyas y otros se enamoraron.
Se ha vuelto un encuentro tan familiar que ya nadie tiene miedo a las palabras. Ni al amor. Ni a los abrazos ni a las chanzas.
“Me vine muy despacito porque el piso está como la política, muy resbaloso”, bromeó don Jorge Kahwagi cuando subió al estrado para presentar los galardones. “Resulta que no estuvo tan resbaloso, ¿o será que ya me sé el camino”, respondió el Secretario de Salud José Narro cuando, más raudo, llegó a su turno.
Los Premios Crónica han sido, desde 2010, una cita afable para los atrevidos e inspirados, en especial en los rubros académico, cultural y educativo.
“Es posible encontrar la inspiración, la lucidez y las agallas para enfrentar los problemas en el ejemplo de mexicanos de excepción. Ustedes inspiran, emocionan, abren camino, señalan rumbo”, apuntó el anfitrión.
Pablo Rudomín Zevnovaty, uno de los científicos más encumbrados del mundo, viajó un siglo atrás, cuando su familia emigró de Rusia en busca de mejores oportunidades. Y las encontró aquí: en México. Se imaginó de niño, con su gran amigo Marcos Rosenbaum -hoy también investigador- fantaseando con la idea de construir un submarino y una nave especial, o de encontrar el tesoro del emperador Cuauhtémoc en el jardín Santiago de Tlatelolco.
“He cumplido 82 años, sigo aquí, voy todos los días al laboratorio. ¿Qué más puedo pedir? Sólo tiempo y salud, y la suficiente lucidez para seguir contribuyendo al desarrollo científico del país y no ser obstáculo para las nuevas generaciones”, dijo él,  atrapado en la idea de que las redes sociales funcionan de una forma semejante a las redes neuronales.
Antes de premiarlo, el ex rector José Narro liberó sus amores universitarios —”a la UNAM le profeso culto y veneración”— y, romántico a morir, aludió a las expresiones del alma y a la pintora Flora Goldberg, esposa de Rudomin desde hace 57 años.
Entre camaradas, nada impidió a la arqueóloga Linda Rosa Manzanilla revivir su quinto grado de primaria, cuando en un libro de historia universal descubrió civilizaciones antiguas. Y ahí le quedó clavada la chispa de explorar el pasado. Ella dice que es como observar un concierto y sus músicos en una magna obra donde cada civilización juega un papel vital.
“Nosotros somos parte de ese concierto… Por ejemplo, le he dedicado 40 años de mi vida al estudio de Teotihuacán, la primera ciudad multiétnica en la Cuenca de México, donde nosotros vivimos ahora”, expresó, y a su estilo felicitó a Crónica por su primer katún: 20 años según el calendario maya.
Y sí: dieron ganas de gritar un Goya, un cachún cachún ra-ra”…
“Todo lo que se ha hecho importante en México lo han hecho egresados de la UNAM, somos hijos de ella”, refirió don Jorge Kahwagi al momento de galardonar a la Máxima Casa de Estudios por su fuerza comunicativa.
El rector Graue, comparado aquí con un agricultor empeñado en regalarle a nuestra tierra buenas semillas, no se trasladó al ayer ni evocó sus años mozos. Tan sólo habló de una Universidad libre, plural y comprometida con los problemas que aquejan a la sociedad mexicana: “Este reconocimiento es para todos los que editan, escriben, dirigen, producen y difunden la información universitaria, pero lo es también para nuestros investigadores, profesores, trabajadores y estudiantes que dan contenido a nuestras distintas 
                                                                              


publicaciones”.
Y no había sonado aún la flauta. 
De Horacio Franco se contaba aquel instante cuando quedó flechado por la música: cursaba la secundaria y escuchó a una compañera al piano. Era una obra de Mozart.
“Horacio es un hombre generoso, acepta con facilidad invitaciones de universidades como la UAM que no tienen tantos recursos, pero él va sin cobrar”, describía René Avilés Fabila, listo ya para premiarlo.
Pero él no estaba aquí. Su manager: Arturo Plancarte, hacía tiempo a la espera de su arribo y antojaba con las quesadillas de la esquina.
Y al fin, al mediodía, apareció él, con su desparpajo habitual. “Antes de que se vayan, voy a tocarles”, dijo entre aplausos y besó su flauta.
Los amigos reunidos ahí se volvieron a abrazar.Ya no era Mozart sino Bach. Una partitura para despedirlos a ellos, los inspirados, los amorosos…

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